Primero fue Tuto, ahora es Ortiz
A poco tiempo de cerrarse el plazo para las elecciones nacionales de 2014, el expresidente Jorge Tuto Quiroga lanzó su candidatura. Aunque dijo que la retiraría si es que no se consolidaba como la más fuerte frente a la de Evo Morales, Quiroga la mantuvo hasta el final, cuando obtuvo 9% de los votos.
Quiroga empezó muy bajo en las encuestas, pero su presencia en diversos medios de comunicación y sus indudables capacidades comunicativas, hicieron que subiera hasta el 9%. Y aunque estaba lejos de ganar, lo que ese respaldo hizo fue dividir el voto opositor y permitirle al régimen de Evo Morales lograr, nuevamente, dos tercios en ambas cámaras del Legislativo.
La campaña de Samuel Doria Medina, que terminó con un 25% de respaldo, inició muy tarde una estrategia para lograr el “voto útil”. El amplio control conseguido por el MAS en esos comicios le permitió al partido de gobierno elegir a los integrantes del Tribunal Supremo Electoral y a los candidatos a magistrados. El afianzamiento autoritario del régimen se dio precisamente gracias a gozar de esos dos tercios, que terminaron por permitirle que Morales pueda postular por cuarta vez.
Si en 2014 fue Tuto el que evitó retirarse a tiempo, en 2019 parece que lo será Oscar Ortiz. Cinco años después ya no se debate si el MAS tendrá dos tercios en el Legislativo, ya que ello está descartado. Pero lo que se le puede regalar al oficialismo desde octubre es que Morales gane en primera vuelta y, además, controle las dos cámaras. Como están las cosas, el oficialismo podría tener una leve mayoría tanto en Diputados como en Senadores (aunque en la Cámara Alta la oposición tiene mejores chances).
Las últimas encuestas le dan a Morales unos 10 puntos de diferencia con Carlos Mesa, el opositor mejor situado, y Oscar Ortiz ronda el mismo 9% que Tuto logró en la elección anterior. Si antes Doria Medina y Quiroga unidos hubieran sobrepasado el tercio de los sufragios, en esta ocasión, sumada una cuota parte de los indecisos, Mesa y Ortiz podrían aspirar a un 40% o más y forzar a la segunda ronda. En ella, dicen algunas encuestas, ganaría la oposición.
En el análisis de los procesos electorales hay que tener mucho cuidado con la aritmética. Por ejemplo, la mayoría del 9% de apoyo a Ortiz se debe a su fuerte presencia en Santa Cruz, pero en el resto del país tiene porcentajes ínfimos, de 4% o menos en algunas regiones. Por lo tanto, trasladar su eventual votación hacia Mesa no sería definitiva, excepto generar un efecto psicológico de grandes proporciones. Ahí sí estaría claro que cualquiera podría ganar. La partida con ventaja de Evo se diluiría y Mesa sería un firme candidato a la victoria.
Ortiz, como dije en una columna anterior, tiene grandes desafíos por delante. Con el 30% de respaldo que goza hoy en Santa Cruz, y el 9% a nivel nacional, puede tener una bancada de dos senadores y unos cuantos diputados. Esa no será considerada, de ninguna manera, una victoria, y su posible proyección a elecciones futuras quedará en duda. Por otro lado, mucha gente, incluso quizás sus propias bases, lo acusarán de haber dividido el voto opositor y permitido el cuarto mandato de Morales.
El senador cruceño tiene todo el derecho de postular a la presidencia. Ha trabajado durante años en la política con seriedad, valentía y paciencia. Si las encuestas demostraran aunque sea una leve subida en el respaldo a su candidatura, quizás podría seguir esperando la posibilidad de convertirse él en la carta opositora más fuerte. Eso no ha sucedido.
Hacia finales de la campaña es posible que muchos votantes a favor de Ortiz, aunque detesten a Mesa, sopesen las posibilidades y se inclinen por el “voto útil”. Si eso se cumpliera, Ortiz no obtendría ni siquiera el 9% que ostenta hoy. Y por lo tanto tiene mucho que perder.
Pedirle a un candidato que renuncie a su candidatura es sin duda una muestra de insolencia. Peor aún si en la percepción pública está que fue Comunidad Ciudadana la que puso tantos obstáculos en el camino y que terminó evitando la alianza. Pero a veces las decisiones más difíciles son también las que pueden generar mejores frutos.
Raúl Peñaranda U. es periodista