El violento fin del ciclo de Morales

Bolivia vive el fin del ciclo del reinado de Evo Morales como principal líder boliviano de los últimos años. Pero es un fin de ciclo lleno de tensión y de violencia, con miles de sus adherentes organizando protestas, muchas de ellas violentas, en diferentes partes del país, en una situación agravada por la falta de gobierno desde el domingo, cuando Morales renunció.

El fin de este ciclo se empezó a vislumbrar el 21 de febrero de 2016, cuando Morales perdió el referéndum que había convocado para que se le permitiera postular a un cuarto mandato, prohibido por la Constitución. Pero Morales es un animal político que nunca pensó en abandonar el poder por las buenas y por ello, desoyendo el voto popular, recurrió a sus amigotes de los tribunales constitucional y electoral y consiguió que se le reconociera “su derecho humano” a gobernar indefinidamente, por encima del resultado del referéndum.

Si bien se produjeron manifestaciones contra la decisión de Morales de violar el resultado del voto popular, pudo imponerse como candidato. En los últimos años perdió parte de su innegable popularidad, sobre todo debido a los escándalos de corrupción que golpearon al país casi cada semana y a enormes y onerosas obras inservibles, verdaderos elefantes blancos sin utilidad. La percepción de ilimitada ambición hizo que no pudiera ganar con suficiente holgura las elecciones del mes pasado.

Y es allí cuando se aceleraron las cosas hasta un nivel imprevisto. Para los bolivianos es difícil procesar que hace sólo una semana Morales era el principal actor político del país y que hoy es un expresidente asilado en México que, incluso para llegar a su destino, tuvo que enfrentar la negativa de Ecuador y Perú de sobrevolar sus espacios aéreos.

Las denuncias de fraude activaron una ola de protestas que surgieron debido a que el recuento de votos fue suspendido el domingo de las elecciones cuando se había computado el 83% de los sufragios. Para entonces la diferencia entre Morales y el segundo en la votación, el expresidente Carlos Mesa, era de siete puntos, con lo que se aseguraba una segunda vuelta, que las encuestas predecían que Morales perdería. Casi 24 horas después el cómputo se reanudó, pero la diferencia había sobrepasado ligeramente los 10 puntos, suficientes para evitar, según la Constitución Política boliviana la segunda vuelta.

Las irregularidades fueron tan evidentes que un grupo de 30 expertos de la OEA emitió un comunicado el domingo 10 en el que señalaron que las elecciones debían ser anuladas y convocados nuevos comicios. Fue el principio del fin. Para entonces, las principales ciudades del país estaban paralizadas, las carreteras fronterizas, cortadas, la Policía amotinada y las FFAA habían leído un comunicado en el que señalaban que no reprimirían a los manifestantes. Morales, desde el viernes 8, no podía siquiera llegar a la ciudad de La Paz y por lo tanto estaba impedido de ingresar a su despacho del Palacio de Gobierno.

Su estrategia de pedirle a los sindicatos y asociaciones que lo respaldan a que se enfrentaran con los manifestantes antigubernamentales, generó graves hechos violentos, con verdaderas batallas campales en varias ciudades del país y la existencia de tres muertos, todos ellos del bando contrario a Morales.

Así que tuvo que tomar la decisión, inimaginable para un líder que había ganado las elecciones por más del 50% o 60% de los votos en 2005, 2009 y 2014, de renunciar. Primero aseguró que no se iría de Bolivia, pero luego consideró que su seguridad estaba en peligro, aun en el Chapare, la región productora de plantas de coca y cocaína en la que Morales es ampliamente popular. Y aceptó salir del país.

Su renuncia no implicó, en realidad, el fin de la violencia y la inestabilidad vivida durante las tres semanas de protestas. Su abrupta salida ha provocado una reacción violenta de los sectores que lo apoyan, provocando saqueos y ataques en varias ciudades bolivianas. Sindicatos campesinos, grupos indígenas y otros sectores populares han reaccionado de manera encolerizada ante la renuncia y asilamiento de su líder.

Estos grupos han ocasionado mucho temor en ciudades como El Alto, La Paz, Cochabamba y Yapacaní, en las que los vecinos prepararon barricadas la noche del lunes, ante el temor de que se repitieran los ataques de un día antes. Las agresiones fueron menores en intensidad, pero de todos modos se quemaron retenes policiales, comercios y viviendas particulares.

Para esta noche nuevamente se han anunciado otros actos de vandalismo, mientras sindicatos campesinos preparan un “cerco” a la ciudad de La Paz, para dejarla sin alimentos. Grupos de choque del MAS, el partido de Morales, han cortado intencionalmente el fluido eléctrico y el servicio de agua potable en algunas zonas de La Paz.

Empeora la situación el hecho de que, por renuncias de los presidentes del Senado y Diputados y otros parlamentarios del MAS, no se ha podido todavía realizar la sucesión presidencial, que tendría el único fin de llamar a elecciones, porque han boicoteado la indispensable sesión congresal. Masivas manifestaciones de los simpatizantes de Morales intentaban el martes, incluso la toma del Parlamento y el Palacio de Gobierno. Bolivia vive horas definitorias.

Raúl Peñaranda es periodista boliviano. Dirige el portal de noticias Brújula Digital