El machismo de Evo Morales
29 de enero, 2020
El debate sobre el machismo en Bolivia ha estado intenso en las últimas semanas. Parece que hubiera una competencia entre líderes opositores y oficialistas en quién es más craso, más primitivo y más insensible.
El cherry de la torta lo puso el Presidente Evo Morales, de reconocido sexismo. En la mismísima celebración del Día Internacional de la Mujer relató lo siguiente: “Mi mamá me decía: ‘Evito, no se pega a la mujer, quizá tu papá tiene su chola, no vendrá a comer, reniega, pero nunca me ha tocado’”.
Existen por lo menos dos problemas en esa apreciación: uno, que es sorprendente que el Presidente autocalificado como indígena utilice la palabra “chola” de manera despectiva y racista, asociándola al hecho de ser una amante. La madre de Morales era una chola, pero ni eso le hace reflexionar sobre el lenguaje que elige.
Sigamos: por lo visto, lo que el Presidente aprendió de niño es que un varón puede tener amantes, salir de la casa sin dar explicaciones y estar de mal humor, siempre que no golpee a su pareja. Ese es el único requisito para que un hombre sea valorado.
Los padres de Morales nacieron en las primeras décadas del siglo y se entiende que no hayan tenido la oportunidad de debatir estos temas con mayor profundidad. Pero Morales nació a fines de los 50, es un líder sindical desde hace mucho tiempo, y Mandatario desde hace 13 años; hablar con esa vulgaridad ya no debería ser tolerable.
El nivel primitivo de Morales en lo que respecta a la sexualidad y la relación entre hombres y mujeres debería preocupar a la sociedad en general y sobre todo a su entorno. Hace poco dijo que prefiere a cholitas sin calzas. A una exministra le espetó que esperaba “que no fuera lesbiana” porque no le estaba prestando atención. En varias ocasiones ha dicho que un dirigente del MAS tiene relaciones como cututu (conejo). Una vez le sugirió a otra ministra que “ayudara a poblar” El Alto y le dijo que debería hacerlo con un diputado que estaba cerca de ella.
En otra ocasión les preguntó a ingenieras de YPFB si eran “perforistas o perforadas” y en otra señaló que cuando vuelve a las comunidades nueve meses después de alguna visita, las mujeres están embarazadas y en sus panzas dice “Evo cumple”.
Tal vez la más seria de todas es la apreciación que hizo de que él, cuando se retirara de la política, se iría a “vivir con una quinceañera”.
Todo esto demuestra lo difícil que es para las mujeres la lucha por sus derechos, porque son los representantes de las élites del país los que levantan el estandarte del machismo y la misoginia, además de la homofobia. Esas mujeres no tienen que enfrentar solamente las muchas veces llana y básica mentalidad de segmentos sociales menos educados, sino a la de quienes detentan el poder político y económico del país.
Con todos estos ejemplos, ¿debería sorprendernos el alto índice de feminicidios en el país? ¿Debería llamarnos la atención la violencia contra la mujer? ¿Debería impresionarnos que Bolivia tenga uno de los índices de violencia sexual más altos del mundo? La respuesta es, claramente, “no”.
Raúl Peñaranda U. es periodista.